Mientras tú me hablabas de las muchas cosas buenas que tenía
la vida y el amor, ahí estaba yo con la punta del revólver en tu cien, y mi
dedo en el gatillo. Hacías verme la realidad de la vida tan cruda como tan fría
era la punta del arma en tu piel. ¿No te gusta? Pronto se sentiría caliente.
Pero de pronto te dejaste llevar, y pasaste de hablar cosas
buenas a hacer cosas buenas… ¡Pero qué buenas! El golpe rápido que me
propiciaste hizo que sonaran los huesos de mis costillas. Fue un gusto efímero,
el sentir tu contacto, creí que ya no lo volvería a sentir. La ilusión me
erosionó la razón, y perdí, sí, una muela. El siguiente golpe que me diste fue
capaz de hacer volar mi mente. ¿Qué pretendes? Fue lo que pensé.
¡Y otro golpe!
Me percaté que los sentimientos de tu corazón me estaban
hablando.
“¡Tira el arma, idiota!” gritaste.
Los gritos de tu alma siempre me molestaron, así que lo
tiré. Sí, la bala, la tiré a muchos kilómetros por hora hacia ti, pero vaya que
fallé.
Nuestro debate casual se volvió un baile de nuestros
cuerpos. Tus brazos recogían mi alma entre bruscos movimientos, para luego
desatar dolor en mi estómago. Ahí ibas de nuevo, rompiéndome otra costilla.
“¡Muérete ya, imbécil!” exclamaste a viva voz. Creo que
querías decirme algo, de seguro. Fue tonto de mi parte no haberme dado cuenta
en el momento.
¡Bam! Disparas. Ahí ibas otra vez, queriéndome quitar lo
único que me daba esperanza en esta vida.
Forcejeando el uno con el otro. Por
un momento olvidé que estabas peleando por tu vida conmigo. Conmigo. El hecho
que lo hicieras conmigo me enervecía y me hacía olvidar el resto.
Soltaste el revólver. Yo no lo solté, tú lo soltaste, para
caer en el suelo. Debo de decir me impresionó que con tanta violencia te vieras
tan hermosa como siempre. Lo hacías ver como un juego de niños. Realmente, el
verte así me suponía más valor, sabía que no estaba solo.
Con objetivos diferentes, ambos compartíamos el mismo método.
Tú lo llamabas “amor”, ¿no? Ahora lo entendía muy bien, aunque tus golpes no me
permitieron entenderlo inmediatamente.
La siguiente patada que me diste hizo que recordara aquel
bello momento cuando te invité a unos helados. Sí, fue hermoso: el frío del
helado, el sabor, tu compañía. Me hizo sentir bien, pero no tanto como ahora,
que era una delicia.
¡Te atreviste a romper la ilusión que nos guiaba hacia un
final feliz! Pero te lo perdono, porque este final es mucho mejor.
Oh, creo que ese fue el sonido de tu mano acariciando mi
cara. Un gesto violento pero dulce, que marcaba tus uñas en mi rostro, dejando
sangre como prueba de ello. Lo sabía, querías dejar constancia de que te
pertenecía. Siempre me gustó nuestra relación por esas pequeñas cosas que le añadías
que la hacía única.
¿A dónde vas? ¿Acaso ese revólver Smith & Wesson modelo
625 tirado en el suelo era más importante que lo nuestro?… Eso veo.
Señalaste tu objetivo rápidamente tras recoger el arma de
este crimen. Sí, el mismo objetivo, el que siempre tuviste en tu mente, en tu
misión, en nuestro amor, el objetivo que nos llevó a este lugar y momento, que
provocó esta cadena de circunstancias, incluso llevándome a mí como flujo de
una corriente, de un caudal. Ese era no otro más que mi corazón.
¡Bam!
Te volviste a decepcionar de nuestra pasión. El arma no
tenía más munición. ¿Verdad que duele mucho la desilusión?
Pero entiende que yo también me he sentido así contigo. No,
la sangre que escupo no es a lo que me refiero.
Simplemente verte golpeándote con la realidad de mi vida te
hizo temblar, y tiraste el revólver hacia mí, pero no logró siquiera caer hacia
mi lado. Tu inseguridad de nuevo nos volvía a hacer una mala jugada.
“¡Púdrete en el infierno, maldito bastardo!”
Hacía mucho tiempo que no me dedicabas palabras que me
llegaran al corazón. Creo que nuestra relación estaba avanzando.
Pero te acercaste rápidamente ante mí, para darme un golpe duro
en mi cara. El sonido del impacto de tu hermosa mano en mi horrible cara hizo
que nuestros corazones, no, nuestros latidos se sincronizaran.
Me diste otra razón para ilusionarme, malvada.
Te robé un beso como pago de esa falsa ilusión, pero te
presentaste contraria a mis deseos, pero como siempre, respondiste con tus
puños ante la pregunta de mi corazón.
“¿Había oportunidad?”
Corriste hacia un lado, alejándote de mi vista, y te subiste
a un coche, que no era tuyo, pero lo tomaste como tal, tal como hiciste con mi
corazón.
¡”Ahora recordaras la
razón por la que mi infidelidad existe”! Creo que gritaste, no sé, el sonido de
las llantas derrapando contra el suelo tras el acelerón que diste no me dejó
escuchar bien. ¿Qué querías decirme con eso? ¿Por qué de pronto ese auto apareció ante
nosotros?
Claro, era el mío.
Cuando creía que te ibas, te dirigiste hacia mí. Con el
auto, viniste a mí.
¡Y escuché a mi cuerpo y a mi alma decir todas aquellas
cosas que se habían ocultado durante todo este tiempo! Mi cuerpo decía “¡crack
deck creks!”, mientras mi alma complementaba con un “¡demonios, duele!”.
No, el auto de ninguna manera sería capaz de apagar la llama
que aún yacía en mi interior, llama que buscaba encender lo que se había
apagado entre nosotros
.
Me levanté como pude y entré al auto, intentando abrir la
puerta, mientras veía tu cara, que reflejaba que al fin habías entendido lo que
quería decirte.
Pero no, rápidamente aceleraste y te alejaste de mí. Yo, en cambio, me quedé atrás vomitando sangre.
“¡Hey, no te quedes atrás y toma!” escuché tras mí, para
voltear y ver cómo aparecía un coche rojo en frente de mí. Del auto se bajó una
amiga mía, para sorpresa mía.
”Demuéstrale lo que vales” fue lo que me dijo, esbozando una
sonrisa un tanto siniestra mientras me cedía el automóvil. Fue un gesto muy
agradable de su parte. Sin embargo, como un giro inesperado, se acercó y me
quitó la voluntad, para darme a cambio un beso en mis labios.
“Resuélvelo. Conmigo lo lograste resolver, que ella no se
escape” dijo tras concluir aquel impulso. Realmente no sabía cómo conocía que
me encontraba aquí, pero sus palabras me inspiraron valor.
Sin perder más tiempo, me subí al auto e inicié mi persecución
por mi verdadero amor. Volteé a ver a aquella amiga que se encontraba a unos
metros del auto, y pude apreciar su bella figura, con un rostro que sin lugar a
dudas demostraban un deseo explícito de superación.
Ella quería verme muerto, lo sabía, y sabía que terminaría
muerto, por eso hizo todo esto, porque sabe cómo terminará todo esto. Creo que
por eso la amé en su momento.
¡Y aceleré, siguiendo mis impulsos! Fue un encanto escuchar
el sonido del motor acompañando mi incesante deseo de atrapar a mi verdadero
amor. La vibración del volante solo acentuaba mi instinto.
¡Y ahí estabas, por la pista 69, en medio de la nada! Pisé
el acelerador para acercarme más a ti y poder ver tu rostro. Cuando me acerqué
al lado derecho, notaste mi presencia, y pude notar también tu impresión al
verme. Lo sé, lo que hace el amor.
E impactaste el auto contra el mío, en movimiento, para
sacarme del carril, de tu vida. Tendrás que hacer mucho más que eso.
Volviste a impactar más fuertemente mi auto. El choque
violento logró que se estremeciera el interior de mi coche, lo cual hizo que se
abriera el gabinete del panel de control, desvelando así un arma, una pistola
de bolsillo. Aquella amiga lo sabía.
No dudé, supe que el amor me sonreía, así que tomé la
pistola y apunté al auto de mi amor, sin perder el control del auto. Con una
mano en el volante y la otra sosteniendo la pistola hacia mi amor.
Y chocaste conmigo de nuevo. He de creer que el verme portar
una nueva arma no estaba en sus planes.
“¡Siempre fuiste un perdedor!”
¡Ja! La primera bala, que dio en el capó de su auto.
“¡Intenta entender que eres un imbécil!”
Je, la segunda bala, que impactó el espejo retrovisor.
“¡Muere de una maldita vez!”
La tercera bala, y ya sentía que el amor fluctuaba entre
nosotros; totalmente hermoso. Era la sensación que buscaba, como una descarga
de sentimientos, una recarga de impulsos.
¡Pero eres quien está equivocada!
Y el choque que le di hizo que tambalearan sus ideas, aunque
también las mías. Y las ventanas, rompiéndose en miles de pedazos.
Se sentía aquella sensación dulce en mi cuerpo. La creía
olvidada, pero no, ahí estaba esperando ser reencontrada.
Ese grito
ensordecedor… ¡¡¡Jajajajaja!!! Realmente me dejé llevar. Sin embargo, fue
genial.
Fue como el punto concluyente de un acto excitante. Fue
eléctrico. El amor que nos unía fue eléctrico. Sí.
¡Recarga de impulsos! ¡Y movía el volante con fuerza, para
sentir el choque de mi auto en el tuyo!
Empujabas con fuerza, con tal fuerza
que podía sentirlo. Ah, realmente habían cambiado los papeles.
¡Y la cuarta bala impactó en el vidrio de los asientes
delanteros de su auto! ¡Jajaja! ¿Era ardiente? Era electrizante.
Y el quinto balazo que dio en la puerta de su auto. Ella
sabía que lo nuestro estaba aflorando, podía sentir su exacerbación, porque lo
nuestro no tenía igual. Dulce, tranquilizador, como el viento acariciando las
hojas de los árboles…
¡Bam! ¡Pero qué choque me habías regalado! El momento era
tan increíble que el dolor de mis heridas eran imperceptibles. Cosa maestra.
¡Y la última bala dio en el neumático delantero izquierdo de
su auto! Fue una locura.
Perdió el control de sus sentimientos, y me dejé llevar por
sus impulsos. Su auto se cruzó en mi camino y choqué directamente con ella. El
golpe fue violento, nuestros sueños salieron por los aires, su auto se volcó,
con mi corazón, salieron volando. Di vueltas en mi auto, por muchos metros.
Sucedió que me divertí.
Escuché risas, pero creo que eran las mías. No, eran las
tuyas.
Salí del auto como pude. Lastimosamente, el tuyo había
quedado boca abajo. Dicha la nuestra, nada envidiable.
No podía seguir más, mis heridas me habían incapacitado, así
que me arrastré como pude hasta tu auto. Pretendía sacar su cuerpo, en medio de
los metales retorcidos. Verte en ese estado fue como ver mis sentimientos
reprimidos.
Al menos moriré luego de ti, y sabré que todo terminó cuando
yo terminé. El amor ese que decías conocer, no sirve. Esto es el verdadero
amor. Espero que lo entiendas en tu lecho de muerte. Que te revuelques en el
suelo frío de tu tumba, que recuerdes con un nudo en la garganta, que sientas
en el infierno este ardor mío, o en su defecto, que sientas en el cielo ese
remordimiento de victoria vacía y sucia. Ya lo sabrás tú, mi amor, por lo que
he llorado. Merecemos estar aquí y ahora.
“… Te amo”.
…
…
…
… Siempre supiste cómo joder mis victorias.